El cabalĆstico 13 del segundo mes
detiene a Francisco y nos muestra un defectuoso demente. Firmada la sentencia,
la muerte aparecĆa sospechosa, dudosa y meticulosa, no tenĆa planeado llevarse
a Francisco, pero el testimonio y la ejecuciĆ³n no podĆan esperar. La guadaƱa
afila su interĆ©s, aunque tendrĆ” que hacer tiempo, el condenado tiene 7300 dĆas mĆ”s
de vida mismos que pasarĆ” transitando sus recuerdos, los momentos en la
PulquerĆa de Los Coyotes fugaces se
desprenden de su cerebro, la mente perversa ahora reposa en la cĆ”rcel de UlĆŗa.
Sediento toma un vaso de agua pensando en sus travesuras, en el pulque, en
chalecos con agujetas.
No se ha consumado su miseria en remembranza
y mientras Francisco tatĆŗa sus memorias, la suerte y el error de una amnistĆa a
presos polĆticos le devuelven la libertad en 1904.
De vuelta a los recuerdos con su futuro
enfermo y herido, guarda con llave su pasado, su hambre, su mutilaciĆ³n.
Empezada la noche cuida el Templo,
empezada la maƱana cubrĆa paredes, en ese mismo instante una de sus hijas fingĆa
un orgasmo, se vestĆa y volvĆa a la esquina lamida por su padre. La rabia
guardada bajo la luna embriagada de pulque, explota, la maldad traidora liquida
la fuerza que la detiene, manos solitarias cuidando un templo.
La soledad te alcanza y te acerca a tus
recuerdos, te los pone en la frente y no puedes alejarte, retratos de una cƔrcel,
del cuerpo degollado, del Rio Consulado. El inminente regreso de la muerte no
viene por Francisco, viene a hacerle compaƱĆa. Una visita a la esquina de sus
hijas y del brazo se lleva a la anciana Antonia,
la muerte recomendĆ³ que la vĆctima fuera dĆ©bil, mientras se hacĆan bolas el
invierno llegaba al alma de Francisco, un pequeƱo soplo, un descuido de la
muerte, una luz asomada, un recuerdo presente; pero esa esperanza consciente se
derrumba con los araƱazos violentos de una prostituta, Ʃl regresa, la muerte
susurra a su oĆdo mientras ajusta su Chaleco. Antonia observa su cuerpo, la
sangre en el pasto, sus piernas abiertas, la navaja, la muerte. Otro testigo
esconde su mirada entre los arbustos, Ć©ste lleva la cabeza en su lugar, corre.
Los alrededores habĆan alcanzado las
manos y el cuerpo ensangrentados de Francisco, escoltado por sus memorias
presentes ve a la muerte caminar en direcciĆ³n opuesta a Lecumberri.
“El Chalequero” ha callado, no puede
reclamar su lugar en la obscuridad, un defectuoso de mente ha caĆdo.
Percastre
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